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A menudo soy cómplice de mi propio silencio. Intento habitar en él hasta que me inunda de dolor, y es entonces cuando el arte aparece para rescatarme. Admito que las palabras no son mi mejor arma de expresión, pero sí lo son los sentimientos y por ello los expulso desde dentro de mí para convertirlos en algo material que yo misma transformo a mi antojo. Si algo me duele lo manipulo y redecoro hasta que no quede sufrimiento, y si algo me hace feliz lo decoro para enseñárselo al mundo. Algún día me gustaría ser artista, poder ser reconocida y que no solo un número limitado de personas sintiera mi arte, sino todo el mundo. Sé que es difícil, pero la vida también lo es y aquí seguimos, sobreviviendo. Mi mayor miedo sería no tener esta forma de expresión, la cual me facilita sanar las heridas. Habrá gente que no lo apreciará, o no sabrá entenderlo, pero a mí me da igual, porque el que realmente quiera vendrá a mis espacios algún día, y el que no quiera vivirá en la ignorancia de mí, mientras tanto, yo, estaré abierta al mundo. Cada día que pasa me reencuentro más, poco a poco me voy conociendo y sé que darme artísticamente. El hogar y sus elementos son mi debilidad. Quiero seguir aprendiendo, conociendo, experimentando, transmitiendo y, sobre todo, creando. Hasta que ya no pueda más, o hasta que ya no queden malos recuerdos.
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